Cibeles puede esperar. Todavía no es tiempo de primavera, pero al Real Madrid hoy contra el Athletic le ha dado por revivir cuando parecía estar de cuerpo presente. Un domingo de resurrección en el Bernabéu, más por empuje que por fútbol, y más por fe que por sistema. El Athletic vino con la segunda unidad y a punto estuvo de llevarse el botín. Pero el Madrid, cuando peor anda, más se agarra al instinto. Y ahí apareció Valverde, en el descuento, con un golazo de esos que suenan a rabia contenida. El uruguayo, como siempre, estuvo en todas. Medio, lateral, delantero, apagafuegos. El comodín de Ancelotti.
La grada no vino a castigar. Pese a la reciente debacle europea, el juicio se suspendió. Ni una silbada. El Bernabéu, como tantas veces, prefirió olvidar por un rato y animar como si nada hubiese pasado. Y Vinicius, como tantas veces también, fue el primero en devolver el gesto. Salió con las revoluciones al máximo, desbordando, provocando, apretando… aunque sin compañía. El brasileño lo intentó por todos lados, en un primer tiempo en el que solo él parecía conectado.
Ancelotti, como quien quiere recuperar las buenas sensaciones, tiró de sus principios: 4-3-3 puro, con Camavinga y Valverde en los laterales de confianza, y Modric con Ceballos para darle pausa y pie al centro del campo. Arriba, Bellingham en modo media punta reconvertido a delantero. Un once que más de uno miró con lupa: quita a Rodrygo, pon a Mbappé y tienes la posible final de Copa. O eso parece.
Del otro lado, el Athletic presentó una versión reducida.
Valverde (el otro, Ernesto) reservó a casi todos los titulares. Ni Nico ni Iñaki, ni Muniain, ni Sancet de inicio. Solo Unai Simón repitió, como para no romper del todo la estructura. El resto, chavales con ganas pero poco rodaje. Aun así, supieron mantener el tipo. Orden atrás, compromiso en el medio y cero riesgos arriba. Ni una llegada clara antes del descanso, aunque el Madrid tampoco anduvo sobrado.
Porque sí, el Madrid tuvo la pelota, pero sin filo. Rodrygo y Bellingham desaparecidos, Modric y Ceballos con poco empuje, y los laterales sin profundidad. Todo demasiado previsible. El típico 75% de posesión que no significa nada. Solo Vinicius agitaba algo el partido, con un eslalon maravilloso incluido que él mismo inició robando el balón. Una jugada suya, de esas que solo terminan en gol si alguien se apunta al baile. Pero no hubo pareja.
El segundo tiempo fue otra película. Rodrygo se enchufó, la circulación fue más rápida, y el Athletic comenzó a recular. Empezaron a llover las ocasiones: Camavinga desde fuera, Ceballos de volea, Rodrygo en carrera, Valverde al lateral de la red. Se notaba que el equipo pedía un nueve y apareció Endrick, aunque el que remataba era Bellingham, que rozó el gol dos veces de cabeza. Unai Simón, firme.
Viendo el acoso, Valverde (el técnico) sacó artillería pesada: Iñaki, Sancet, Maroan. Pero ya era tarde. El Madrid tenía el partido en las manos y a Modric manejando los hilos con precisión quirúrgica. Y justo cuando el empate empezaba a parecer inamovible, llegó el uruguayo. Valverde, el de siempre. Recogió en la frontal, armó el disparo y colocó el balón donde nadie lo esperaba. 1-0. Gol, alivio y tres puntos para agarrarse a la Liga, aunque sea con uñas.
Porque este Madrid ya no es fiable, pero sigue teniendo alma. La suficiente como para levantarse después del golpe. Y con eso, de momento, basta para seguir compitiendo.