Un adiós para Luka Modric, Ancelotti y Lucas, más que merecido. Mbappé, goleador mundial.
El Real Madrid cerró su temporada en el Bernabéu con una mezcla de homenaje, emoción y goles. Una tarde de agradecimientos, entre títulos conquistados y leyendas que dicen adiós. Luka Modric y Carlo Ancelotti, dos de los nombres más grandes de la historia reciente del club, pusieron el broche a una etapa dorada. Y lo hicieron como los grandes: ganando. Mbappé, cómo no, firmó un doblete y acaricia ya la Bota de Oro.
La grada fue la primera en saberlo: había partido, sí, pero el fútbol era la excusa. El Bernabéu se llenó para despedir a Modric y Ancelotti, dos tótems blancos, dos símbolos de una era. El croata, como siempre, prefirió hablar en el campo. No le va lo del gesto grandilocuente, pero cada pase suyo sigue siendo una clase magistral. Su nombre retumbó en cada córner, en cada jugada, como si la afición intentara detener el tiempo.
Ancelotti, consciente de que este era su último baile, lo preparó todo al detalle. Nada de rotaciones. Salió con lo mejor, con lo que tiene sentido, con lo que emociona. Brahim, Güler y Modric marcaron el ritmo en la medular. Arriba, todo pasaba por Mbappé, el hombre que no se cansa de marcar. En apenas un cuarto de hora, ya había tenido dos: la primera la salvó Marrero, la segunda se fue fuera por poco. El gol estaba al caer.
Fue entonces cuando el VAR decidió intervenir, como tantas veces en esta temporada. Pablo Marín tocó con la mano una acción en la que Güler intentaba dejar un sombrero artístico. El árbitro primero no pitó nada, pero la sala de video le llamó. Penalti. Marrero le detuvo el primero a Mbappé, pero no el rechace. Y así, con suspense, el francés superaba a Gyökeres en la carrera por la Bota de Oro.
La Real Sociedad apenas inquietó a Lunin. Solo Mariezkurrena, con un disparo muy cruzado, puso algo de picante. Pero era un equipo rendido al contexto: se jugaba menos el resultado que la dignidad de la despedida. Imanol también quiso homenajear a los suyos dando minutos a los que han contado menos, mientras reservaba para el final a sus pesos pesados.
La segunda parte solo sirvió para reafirmar lo que ya era evidente: que el Madrid quiere despedir a sus leyendas con honores. Mbappé marcó su segundo tras una jugada que nació en Güler y continuó con Modric, en una conexión casi simbólica entre presente, futuro y pasado. Después llegó el momento más emotivo de la tarde: el pasillo para Modric, el abrazo con Kroos en la banda, y la sensación de que algo verdaderamente grande se está cerrando.
Lucas Vázquez también dijo adiós, con ese perfil bajo tan suyo, intentando no llamar la atención. Pero no pasó desapercibido. Como Nacho, como tantos otros canteranos que se han hecho hombres en el club y que han dado todo sin exigir nada.
El Real Madrid ha ganado dos títulos esta temporada y sueña con más. Pero este partido, más allá de los goles, quedará como la despedida de un croata irrepetible y de un entrenador que lo ha ganado todo. Ambos se van dejando algo más que trofeos: dejan escuela.